El enriquecedor mundo de las prácticas

Versión A

– Y tú, ¿a qué te dedicas?
– Yo escribo.
– ¿Escribes? ¿Y qué escribes?
– Soy redactora, trabajo en publicidad.
– ¡Ah! Escribes noticias.
– No, no… no soy periodista, trabajo en publicidad.
– ¿Pero hay algo que escribir en publicidad? Ah, ¿tú eres la que escribes los folletos que llegan a mi buzón y tiro a la papelera sin mirarlos siquiera?
– Hablemos de ti, por favor.

Versión B

– Y tú, ¿a qué te dedicas?
– Yo escribo.
– ¿Escribes? ¿Y qué escribes?
– Soy redactora, trabajo en publicidad.
– ¡Ah! Escribes noticias.
– No, no… no soy periodista, trabajo en publicidad.
– ¿Y dónde trabajas?- Pues ahora soy freelance, pero estuve trabajando en una agencia de Marketing que estaba en las Ro- ¡¡¡¡YO TENGO UN AMIGO QUE TRABAJA EN MCCANN!!!!- Genial, dale recuerdos a tu amigo.

VERSIÓN C

– Y tú, ¿a qué te dedicas?
– Yo escribo.
– ¿Escribes? ¿Y qué escribes?
– Soy redactora, trabajo en publicidad.
– ¡Ah! Escribes noticias.
– No, no… no soy periodista, trabajo en publicidad.
– Yo a veces también hago cosas de publicidad. Tengo un cuñado que tiene una empresa y a veces me encarga que le haga los folletos. ¡Qué casualidad! Tengo uno por aquí, mira.- ¡Qué bonito! Está maquetado en Word y tiene montones de colores. Jiji, veo aquí dos faltitas de ortografía  y, además, está escrito en Comic Sans. Toma, guárdatelo bien, que no se te pierda. Venga, guárdatelo, ¡GUÁRDATELO YA!

No es nada fácil explicar en qué consiste el trabajo de un copy. Y eso que me siento tremendamente afortunada de que, aproximadamente, un 80% de los jóvenes de entre 25 y 35 años hayan estudiado la misma carrera que yo. En ese caso la conversación es muy distinta:

– Y tú, ¿a qué te dedicas?
– Soy copy.- Uffffffffffff. Bueno, y ahora… ¿a qué te dedicas?- Vendo muebles usados.

(Es mentira. No vendo muebles usados, pero si queréis una cama de matrimonio con dos mesitas a juego, os las dejo a muy buen precio. Contactadme y os mando foto).

autopromoLo de que soy redactora, así, a secas, lo digo para resumir (no os lo vais a creer, pero hay gente que pregunta sólo por cortesía y no porque estén realmente interesados en lo que hago). Cabe la posibilidad de que también lo diga para ver cómo reaccionan las personas de a pie y poder alimentar mi blog con sus respuestas.

Pero mi experiencia profesional va más allá. Podéis verlo en mi página Web belengfiteni.com, en la que próximamente colgaremos nuestro último trabajo: un videoclip molón donde puede que salgáis algunos de vosotros. Permaneced atentos a vuestras pantallas de ordenador.

perdónEl caso es que no es culpa de la gente no saber exactamente en qué consiste mi profesión. Yo misma no tenía muy claro al acabar la carrera que existía una figura de copy y a qué se dedicaba exactamente, así que decidí probar suerte en el departamento de cuentas. Y la tuve. O no. Podréis sacar vuestras propias conclusiones en el próximo post…

El secreto peor guardado de los Reyes Magos (contiene spoiler)

¡Feliz Año!

Casi sin darnos cuenta ya ha pasado la Navidad. Dentro de unos días estaremos recogiendo el árbol y el Belén (bueno, yo no porque no tengo) y volveremos a nuestra rutina. Sin luces de colores. Sin villancicos. Sin espíritu navideño.

Pero no todo está perdido aún, porque todavía queda lo mejor: ¡los Reyes! Mi duende y yo hemos hecho un viaje en el tiempo hasta llegar a nuestra infancia, concretamente a la madrugada del 6 de enero.

Recuerdo abrir un ojo muy muy despacio, con mucho cuidado por si Los Reyes estaban en mi habitación y me pillaban despierta y se enfadaban por estar despierta y se llevaban mis regalos y DRAMA. Recuerdo ver un montón de paquetes (ni rastro de los Reyes que, por cierto, nunca se comían los mazapanes ni se bebían el anís) y susurrarle a mi hermana «Sonia, ya han venido», y su respuesta «Ya…». «Vamos a abrirlos» decía yo. «Son las 5 de la mañana, hay que esperar un poco». Sí, sé lo que estáis pensando… ¿qué niño es tan sumamente responsable como para sentir que debe esperar hasta que amanezca para abrir los regalos? Ese niño es mi hermana. Mi hermana y su sentido de la responsabilidad extremo merecen un post enterito, y algún día lo tendrán. Pero hoy no es el día. Hoy tengo algo importante que contaros.

El día de Reyes puede que sea el día del año más esperado por los niños… hasta el momento en que descubren su secreto. Su verdadera identidad, para que nos entendamos. Supongo que la mayor parte de vosotros ya sabéis a qué me refiero, pero puede ser que entre mis lectores se encuentre una persona anclada en los 5 años de edad. Si eres tú, por favor, no sigas leyendo. Una vez, en un autobús, conté el secreto a viva voz sin caer en la cuenta de que en el asiento de atrás viajaba un niño y la culpa aún me persigue. No me podría perdonar caer en el mismo error.

El caso es que llega un momento en la vida de un niño en que empieza a atar cabos (o los ata su compañero de clase y se lo suelta sin ningún tipo de compasión) y ¡zas!, se acaba la magia. Los Reyes no son esos tres señores que vienen de Oriente, sino una pareja mucho más familiar (y nunca mejor dicho) que viene de El Corte Inglés.

Ese momento de descubrimiento cada vez llega a una edad más temprana. Puede que penséis que es inevitable, pero (y aquí llega la buena noticia), ¡se puede evitar! Tan sólo debemos tomar algunas estrictas medidas de precaución y los niños podrán disfrutar de esta noche mágica unos cuantos años más.

Aquí van unos sabios consejos que, si seguimos al pie de la letra, nos llevarán a un éxito seguro:

– Los niños no deben pisar ni una sola superficie comercial desde mediados de diciembre hasta el 7 de enero. Es un poco sospechoso ver a cientos de personas comprando compulsivamente justo antes de Navidad, mientras en una mano sostienen una carta escrita por su hijo y destinada a SSMM Los Reyes Magos de Oriente.

– Es más, los niños deberían estar encerrados en casa desde mediados de diciembre hasta el 7 de enero. En caso de que salgan a la calle, deberán evitar todo tipo de contacto con otras personas para no escuchar frases tipo «no sé qué comprarle a Fulanito por Reyes». Porque por Reyes no se COMPRA, se PIDE.

– Es aconsejable que no aprendan a leer. Recuerdo ver los anuncios de juguetes cuando era niña mientras un letrerito rezaba lo siguiente «Producto de importe superior a 5.000 pesetas». ¿Qué mas da lo que cueste si lo van a traer los Reyes, que no compran, sino fabrican sus regalos? Importante erradicar el tema económico o la ilusión se reducirá al 50%.

– Los televisores deberían dejar de funcionar durante el período navideño mientras los niños estén despiertos. En la televisión se escuchan continuamente mensajes como «muchos niños no tendrán regalos estas Navidades». Este mensaje que tan bien funciona en los adultos, es absolutamente contraproducente en los niños, que podrán pensar «los Reyes son unos clasistas. ¿Por qué a los niños pobres no les regalan nada?». Cuidado, porque en algún momento os pueden hacer esta pregunta y vuestra respuesta debería ser más convincente que la me dio mi madre a mí («no sé, hija» me dijo mientras sudaba y se levantaba a fregar los cacharros).

– Para los que organizáis visitas de Los reyes a colegios u otros lugares que visitarán los niños. Existen personas negras. Son negros de verdad, no van pintados ni nada. Y resultan bastante más creíbles en el papel de Baltasar. Espero haber ayudado.

– Sed previsores. Una fotocopia de la carta nunca está de más, porque llegará el momento en el que el niño quiera echarla al buzón y vosotros no os la habréis estudiado. Entonces llegará el momento en que queráis tener más detalles sobre lo que allí había escrito y el niño responderá «tú no te preocupes, que en la carta lo explicaba todo bien clarito».

– Concentraos en lo que pide cada niño en el caso de que a vuestro cargo haya más de uno. Mis Reyes Siempe equivocaban lo que había pedido yo con lo que pedía mi hermana. «Mamá, ¡son tan despistados como tú!» decía yo. Y entonces la tensión en aquella habitación podía cortarse con un cuchillo.

– Si decidís responder a la carta que ha escrito el niño, cambiad vuestra caligrafía. «Jo papi, escriben como tú. ¡Cuántas cosas en común tenéis con los Reyes!». Y la tensión no sólo podía cortarse con un cuchillo, sino que en la habitación la tempartura aumentaba unos 50 grados.

– Inventad una buena excusa cuando salgáis de compras. Mis padres me decían que iban a hablar con los Reyes y, aunque yo pasaba la tarde con más nervios de todo el año por si le contaban todas las maldades que había hecho, el resultado era espectacular: yo me portaba como una bendita hasta el mismísimo día 6 de enero y ellos podían hacer sus recados sin ningún tipo de presión.

– Cuidado con los envoltorios: el papel de envolver de El Corte Inglés es muy bonito, pero su logotipo aparece en el 90% de la superficie. Comprad vuestro propio papel. Y bueno, si conseguís uno que sea parecido al de los regalos que llevan las carrozas de la cabalgata, triunfaréis como estrellas del Rock.

– No envolváis cuando los niños están en casa u os veréis obligaods a inventar excusas tipo «estamos doblando bolsas». Gracias por el intento, mamá, pero nadie dobla bolsas la noche del 5 enero a las 2 de la mañana.

– Por último, responded a todas las preguntas que se planteen los niños acerca de los Reyes con «porque son magos». Los magos pueden hacer cosas increíbles, casi tan increíbles como las que pueden hacer los padres.

Como me he puesto sentimental y flojita y este blog no es para eso, corto la conexión hasta próximo aviso.

Y portaos bien, ¡que los Reyes lo ven todo!

Qué bonito es el silencio (2)

La originalidad del título (segunda parte de la exitosa Qué bonito es el silencio) se debe a que tengo la firme intención de hacer unos cuantos capítulos de esta serie. Repito, INTENCIÓN. Porque, quién sabe, puede pasarme como al guionista de Breaking Bad y petarlo, consiguiendo que mi audiencia pierda horas de sueño, de vida incluso, gracias a su adicción a mi serie (y a la metanfetamina de paso); o puede pasarme como al guionista de FlashForward, que tuvo una grandísima idea para el primer capítulo, pero luego se le olvidó, o le pudo la presión, o yo qué sé… y ahora vende churros en una autocaravana en Oklahoma. También puede pasarme lo segundo pero, como muchos de los que me leéis sois amigos y familiares, lo difrazaréis de lo primero y yo me sentiré una triunfadora. También me vale.

Hace poco hablaba de cómo mi gato y yo sabemos entendernos sin dirigirnos la palabra (vale, yo a él sí. Todo el rato). He de reconocer que esto no es del todo cierto, porque últimamente me muerde demasiado y creo que está enfadado por algo, pero no averiguo la razón. Así que, de paso, aprovecho para preguntaros si conocéis algún remedio casero para que un gato no muerda, antes de que sea demasiado tarde y me haya arrancado un dedo. Y no preguntéis en foroenfemenino.com, ya lo he hecho yo.

Sin embargo, mi discurso sobre la comunicación animal no hace sino reafirmarme en una idea acerca de la comunicación humana: ES EXCESIVA. Nos obcecamos con hablar y hablar sin darnos cuenta de que nuestro silencio podría decir cosas mucho más interesantes que nosotros. Y que eso que decimos poco o nada tiene que ver con lo que en realidad pensamos.

Comenzamos el ranking de expresiones innecesarias con la mítica «Tú no lo pienses«, una variante del ya conocido «Tía, no te rayes». Esa sutil manera de decir «eso que me estás contando me da mucha pereza, así que voy a intentar zanjar esta conversación pronto, pero ejerciendo del buen amigo que soy».

– Bueno, tú no lo pienses… pensándolo no solucionas nada. (Vaya chapa me está soltando el pesado éste).

– Sí, gracias, tienes razón. (Como de verdad no soluciono nada es hablando contigo. Voy a preguntar en foroenfemenino.com, que seguro que me dan una solución rápida y baratita).

«Eso es como todo«. Otra de esas expresiones que dan sentido a mi vida. El mejor símil jamás inventado. Es decir, si lo piensas bien, aceptar un puesto de trabajo (por ejemplo) es como comerse un bocadillo de panceta. O como todo lo demás.

– Bueno, eso es como todo. (He dejado de hacerte caso hace un buen rato, así que voy a utilizar mi recurso estrella).

– ¡Claro, es verdad! (Imagino que se te ocurren cientos de miles de metáforas. Por favor, especifica).

«El tiempo pone a cada uno en su lugar». Esa mentirijilla tan utilizada por todos los que en alguna ocasión hemos sentido lástima por la persona que tenemos enfrente. Esa última esperanza inventada para no decirle que, en realidad, es un desgraciado. Ese intento por tratar que deje de llorar antes de utlizar el último recurso: el abrazo.

– Que tía más mala. Pero bueno, tú no lo pienses, eso es como todo y, al final, el tiempo pone a cada uno en su lugar. (Te han vuelto a hacer el lío. Eres un/a tolai).

– Eso espero… (Sí, pero yo no quiero que le vaya mal dentro de diez años. Quiero que le vaya mal ahora. Voy a pensar un plan para destruirla).

Acabamos por hoy con una de mis favoritas: «Odio decir te lo dije, pero te lo dije». Igual deberíamos esperar para colgarnos la medalla en una ocasión en la que la otra persona no nos está contando sus previsibles penurias. Pero, para qué negarlo, a veces un «te lo dije» a tiempo da gustito. En esos casos, intentemos simplemente que no se nos escape la sonrisilla.

– ¡Si ya lo sabía yo! Odio decir «te lo dije», pero… (madre mía, se veía venir, es que eres muy tolai).

– Sí, tienes razón, debí hacerte caso (Bueno, también puede que no odies tanto decir «te lo dije», y que a lo mejor te gusta un poco tener razón. A lo mejor tu ego quiere pasarse a saludar).

*El fin de semana estuvimos pintando unas paredes en casa y todavía huele un poco a pintura. Al gato no le gusta nada y por eso se comportaba así. Ahora todo vuelve a ser normal. Flipo tanto que voy a contarlo en foroenfemenino.com, luego vuelvo.

Qué bonito es el silencio

Parece mentira que sea yo quien lo diga. Yo, que encuentro apasionante casi cualquier conversación. Lo cierto es que llevo un tiempo dándole vueltas a lo innecesario que es, a veces, hablar. Y no me ha pasado de repente, no. Me sucede desde que vivo con un gato. Un gato al que, aunque estoy intentando enseñarle a hablar, de momento no dice ni una sola palabra, pero se hace entender mejor que muchos informadores de nuestro país (¡oh!).

Mi gato consigue lo que quiere con una sola palabra (miau) y unos cuantos gestos, no demasiados:

1. Si tiene hambre, dice miau muchas veces seguidas y echa a andar hasta la cocina, girándose de vez en cuando para asegurarse de que le sigo. Una vez allí, sigue diciendo miau y se coloca al lado de su bolsa de comida.

Qué hambre!

2. Si tiene sed hace lo mismo, pero pronunciando menos miaus y situándose en el fregadero.

Qué sed!

3. Si quiere jugar, trae una bola de papel en la boca y la deja junto a mi pie. Si pasan tres segundos desde que deja la bola de papel y no hemos empezado a jugar, me araña y me muerde.

Qué aburrimiento!

4. Si quiere que le haga cosquillas, se tumba encima de mí y ronronea.

Cosquillitas ahí.. un poco más arriba...

5. Si ya no quiere más cosquillas, se va.

seva

6. Si tiene una urgencia mientras yo estoy en el baño (siempre), asoma la pata por la puerta, empuja con la cabeza, y araña la puerta con la otra pata.

Abre la puerta!

7. Si le duele algo, dice miau y se lame justo en el punto de dolor.

Me duele

8. Si algo le enfada o le asusta, se le eriza el pelo, pone las orejas como el tricornio de la Guardia Civil, se encorva, camina de lado y aumenta el tamaño de su rabo.

Qué susto, macho

9. Si le pasa algo de lo descrito en los puntos anteriores mientras estoy durmiendo, me da pequeños golpecitos en la cara para que me despierte.

Vaaamos

10. Si no le hago caso hace lo mismo, pero sacando las uñas.

Vaaaamos pesaaaada

Los gatos no se andan con rodeos; si algo les interesa, vienen; si no les interesa, no vienen. No gastan miaus innecesarios porque saben que sólo deben usarlos en momentos muy puntuales. Nosotros, en cambio, tiramos de expresiones manidas y de relleno cuando no sabemos qué decir. Y como este blog no se alimenta sólo, hablaremos de ellas próximamente.

TO BE CONTINUED…

(En realidad publiqué esta entrada porque quería hablar de mi gato y no sabía cómo hacerlo. Los dibujos los ha hecho él.)

¿Qué fue del boca a boca?

Era una mañana aparentemente tranquila. Llegué al colegio a primera hora y detecté gran revuelo entre mis compañeros. Parecían muy alterados, deambulaban de un sitio a otro y se perdían entre murmullos y risitas. Yo no entendía nada, pero acerté a escuchar palabras sueltas como perro, mermelada o Ricky Martin.

Totalmente ajena a los que decían los chicos, me abrí hueco en un grupito y pregunté, llena de curiosidad.

-¿No viste «Sorpresa, ¡sorpresa!» ayer? -me decían incrédulos, casi amenzantes.

-Sí, bueno… no hasta el final, ¡acaba tardísimo! -respondí yo.

-¡Bah! ¡Pues te perdiste lo mejor! -Y me contó aquella historia de la chica a la que le gusta untarse mermelada y de su perro, al que le gusta la mermelada que se unta su dueña, hecho del cual se entera Ricky Martin (y miles de espectadores) al aparecer por sorpresa en su casa.

-¿Pero tú lo viste? -No podía dar crédito a lo que acababa de escuchar.

-Yo no, ¡pero mi prima sí!

Casualmente, no había en todo el edificio nadie que lo hubiera visto, pero todos y cada uno de ellos conocían a alguien que sí lo había hecho, así que no lo dudé ni un momento y me subí al carro. Inventé a mi persona de confianza que había seguido el programa hasta el final y me convertí en cómplice del mayor bulo de la historia de la televisión. Y así, con un rumorcito de nada, los realizadores de «Sorpresa, ¡sorpresa!» confirmaron sus sospechas: nadie podía soportar 5 horas seguidas viendo a Isabel Gemio.

Una inversión mínima para unos resultados óptimos. Eso es lo que consigue el boca a boca, también llamado boca a oreja, cosa que no entiendo, ya que se llamaba así porque iba de boca a boca (pasando por la oreja, claro está). ¿Qué motivos nos llevan a llamarlo boca a oreja? ¡Si las orejas no hablan!

Independientemente de su nombre, el boca a boca (yo lo voy a llamar así, aunque ahora me esté sonando a título de canción de reggaeton) es el canal de marketing más eficaz del mundo. Hace poco contaba mi inquietante historia sobre la elección de una aspiradora Pet Friendly pero, ¿creéis que habría tenido tal conflicto si un ama de casa de confianza me hubiera recomendado una? La respuesta es no. Mil veces no. Quiero la aspiradora de mi persona de confianza.

Sin embargo, la persuasión ejerce su mayor poder en los temas que más nos preocupan: belleza y salud. Veamos.

Con el cambio de estación, las parafarmacias y droguerías se llenan de lociones para fortalecer el cabello y pastillas anticaída. Yo, que tengo poco pelo, trataba de encontrar el mejor para mí. Entonces, mi hermana me contó que una amiga suya, que tiene el pelo como yo, se aplica unas ampollas milagrosas que ¡de verdad funcionan! Ya está. Ampollas compradas (no voy a decir la marca porque, de momento, no me pagan por ello). Y no es sólo que, como conozco a alguien que le funcionan, a mí me van a funcionar también sí o sí, sino que voy preguntando «¿No me notas más pelo?», y la gente me reponde «Oh, sí, sí, es verdad, ¡te lo iba a decir!». Resultado: más ampollas vendidas. El boca a boca ha vuelto a funcionar.

Continuemos, como dije, con la salud. Uno de los fumadores más fumadores que conozco (quien, por cierto, reconoció haber visto con sus propios ojos el final de «Sorpresa, ¡sorpresa!») sustituyó el clásico tabaco por un cigarrillo electrónico, bajo el argumento de «no estoy preparado para dejar de fumar, así que lo intentaré con esto, que es menos malo». Como por arte de magia, casi todos los fumadores que le escuchan hablar de su cigarrillo electrónico quieren uno instantáneamente. Ellos no lo dicen, pero en realidad piensan «si él, que es un yonqui del tabaco, lo ha conseguido, ¿cómo no lo voy a conseguir yo?». Y así, motivados por su deseo de autosuperación, se recorren Madrid en busca de la tienda de cigarrillos electrónicos de su amigo. No otra tienda. Esa tienda (no diré la marca porque ni a mí ni a él nos pagan por ello, aunque deberían).

Y es que entre «me han recomendado un libro buenísimo», «me han dicho que esta peli mola» o «he oído que éstos en concierto lo dan todo» transcurre la vida -y, de paso, nos tragamos unos bodrios dignos de estudio-. Así, que por favor, no subestimemos el poder del boca a boca y continuemos extendiendo rumores, que no sirven para nada bueno, pero son muy divertidos.

En este botiquín me maté yo

Mujer precavida vale por dos. Eso es exactamente lo que me dice mi voz interior cuando me sitúo en un difuso punto entre la precaución y la paranoia. 

Llega el invierno y, con él, el frío, la lluvia, el viento, las noches eternas, las toses, los mocos, la fiebre y una larga lista de terribles enfermedades invernales. Pero a mí no me preocupa. Yo estoy preparada.

Mi sistema inmunológico tiene una capacidad innata para atraer gérmenes, bacterias y otros bichitos que fluyan entre mis allegados. Soy carne de cañón del contagio. El blanco perfecto de los procesos víricos. Mis centinelas del cuerpo siempre están alerta y nunca dejan de trabajar.

Podría resignarme y esperar a que pase el malestar, pero eso implicaría reconocer que soy mala enferma… y no estoy dispuesta a hacerlo. Prefiero hacer trampas; hacerme pasar por una sufridora mártir que responde con paciencia y una sonrisa a las adversidades de la salud, pero para ello necesito a MI BOTIQUÍN.

Esta historia comenzó hace mucho mucho tiempo, tras una migraña de luz apagada y pastillas de esas que te paralizan el cuerpo, pero te quitan el dolor de cabeza. Cuando me recuperé y salí a la calle, decidí llevar en el bolso uno de esos analgésicos por si volvía el dolor y me pillaba fuera de casa. Eso me hacía sentir segura y confiada. Sabía que probablemente no lo necesitaría pero, si así fuera, mis centinelas tendrían una ayuda extra.

Esa misma situación se repitió con una gastroenteritis poco tiempo después. Cuando ya no vomitaba, metí en el bolso un Primperan por si acaso. Una vez más, volví a sentirme sana, indestructible, casi inmortal. Cada vez que el malestar venía a visitarme en los momentos más inesperados, una nueva medicina se colaba en mi bolso del por si acaso: dolor de muelas antes de las vacaciones (Nolotil), apretón en un festival (Fortasec), molestias de estómago en la cena de Navidad (Omeprazol), taquicardia en mi cuarto examen de conducir (Sumial)…

La locura se extendió de tal manera que dejé de llevar pastillas sueltas y comencé a llevar blisters enteros en el bolso, porque un doble por si acaso es mejor que un por si acaso sencillo. Mi mejor amiga, consciente de mi situación, me regaló un monedero (al que más tarde bautizaría como Rasputín) en el que meter y organizar todo mi material sanador. Y ella, hija de médico y enfermera y con pública aversión a cualquier profesional sanitario que no fueran sus propios padres, se agenció otro exactamente igual. Este hecho me llenó de calma porque si mi Rasputín desaparecía, siempre habría un segundo Rasputín dispuesto a socorrerme.

Rasputín mantuvo su crecimiento exponencial hasta tal punto que en su interior convivían en armonía antiinflamatorios, tiritas y hasta mi tarjeta de intolerancias alimentarias a la que nunca hice caso porque indicaba que no debía comer un montón de cosas ricas y ESO NO PUEDE SER.

Como era de esperar, la noticia corrió como la pólvora y no faltaron duras críticas a este imperio farmacéutico ambulante en que se había convertido Rasputín. Sin embargo, todo cambió cuando aquellos que tanto censuraban mi actitud recibieron un inesperado ataque de una resaca o una mala digestión. Venían con cara de criaturas indefensas, me llevaban a algún rincón donde nadie más nos escuchara y allí me pedían, incluso suplicaban, algún remedio para su mal.

No es que me sienta orgullosa de ello, pero un breve lapso de tiempo me alcé con el título de «dealer legal». Ya no era aquella pobre muchacha que dependía de su monedero de medicinas. Había creado necesidades y encontrado soluciones. Me había convertido en un producto estrella del marketing.

Sé que la fama no dura para siempre y que en publicidad nada es eterno, pero recordad, amigos:

rasp

*La ilustración de la mujer se la he pedido prestada a Eva Megía (www.evamegia.com), sabiendo que me iba a decir que sí. Gracias, Eva!

La verdadera razón por la que estudié publicidad

“Cuéntame Belén, ¿por qué decidiste estudiar publicidad?”

Otra vez esa maldita pregunta. La más temida de todas las preguntas que se pueden hacer en una entrevista de trabajo.

Todo lo que se me ocurre en ese momento es mirar fijamente a mi entrevistador y responderle en tono condescendiente: “¿Ya estamos con el temita otra vez? ¿Por qué todos queréis saberlo?”

Yo era una joven de 17 años (de eso hace ya unas cuantas reformas educativas), acababa de terminar selectividad  y antes de largarme de Madrid durante tres meses de merecidas vacaciones, debía rellenar un formulario de admisión a la universidad con doce casillas para doce posibles carreras.

Mientras cursábamos COU, vinieron a visitarnos muchos representantes de universidades y reputadas escuelas profesionales que nos dieron charlas muy interesaNOS DECÍAN QUE SU ESCUELA ERA LA MEJOR Y PUNTO. Es curioso, porque todas aquellas personas olvidaron darnos un plan de estudios, y eso significaba que debíamos decidir nuestro futuro profesional por el nombre de las carreras. Así que me puse manos a la obra.

Estudié detenidamente los nombres de todas ellas e hice una lista con los pros y los contras de cada una en mi cuaderno de decisiones vitales.  Acabé descartando algunas como arquitectura (personas pequeñas con maquetas muy grandes provocan risas) o empresariales (no me gustan los náuticos sin calcetines), y seleccionando otras como derecho (empatizaba bastante con Ally McBeal) o publicidad (flipaba con este anuncio de Play Station).

Decir que Play Station me impulsó a estudiar publicidad tampoco es una respuesta válida, así que siempre acabo diciendo cosas tan originales como “me considero  una persona creativa”, “me gusta trabajar en equipo”, “siempre tengo nuevas ideas” o “nunca me levanto a hacer pis en los anuncios” (es broma. Lo de que lo digo. Lo de que no hago pis en los anuncios es verdad). Pero eso cambió ayer. Ayer lo vi claro. Y es que resulta que ME CREO LA PUBLICIDAD.

Se me rompió la aspiradora y fui a una tienda a comprar otra. Le expliqué a la dependienta que tengo un gato y que necesito que aspire bien los pelos de gato y que, además, debe ser pequeña porque tiene que caber en el armario de la aspiradora.

La señorita me enseñó un modelo buenísimo de primera marca que, según me dijo, incorporaba una función especial para aspirar el pelo de los animales. Después me enseñó otro modelo algo más grande, que también tenía esa función especial. Vi que de esta última colgaba un etiqueta que decía “pet friendly” junto al dibujo de las huellas de un gatito, ¡justo lo que necesitaba!

Es cierto que la dependienta me había dicho que la primera hacía exactamente lo mismo pero, ¿dónde lo ponía? ¿Y si ella estaba equivocada? ¿Por qué, si era amiga de los animales, no lo decía como la otra? ¿Qué pretendía ocultándolo?

Di una vuelta por la tienda en busca de más aspiradoras con funciones especiales. Todas ellas incorporaban un letrero, etiqueta o pegatina que las distinguía del resto y les hacía sentir especiales. Algo aparentemente insignificante que conseguiría que alguien las eligiera a ellas y no a las demás.

Volví junto a la aspiradora pet friendly y pensé en la genialidad que se le había ocurrido a alguien (probablemente un copy como yo) al poner ese nombre en la etiqueta. Y la genialidad del director de arte que decidió dibujar las huellas de un gatete, por si a alguien no le queda claro o no sabe inglés.

Allí mismo, rodeada de electrodomésticos, comprendí que la publicidad funciona, que por eso no abandoné la carrera a pesar de que en cinco años nadie mencionara el anuncio de Play Station y que esa aspiradora y yo estábamos destinadas a estar juntas.

 

P.D. Al final compré la otra, la que no llevaba letrero, porque temía que la pet friendly no me cupiera en el armario de la aspiradora. Y bueno… la que elegí tampoco cabe. Caprichoso destino.

Me sudan las manos

Hoy es un gran día. Estreno blog.

Dicen que un blog es imprescindible para dar a conocer tu carrera profesional y, aunque no sé si estoy preparada para convertirme de la noche a la mañana en una admiradísima y renombrada estrella de las letras, la decisión está tomada.

Como buena publicista, antes de escribir a lo loco mi primera entrada en el blog, he estudiado detenidamente los canales para darlo a conocer (Facebook). Eso quiere decir que, muy probablemente, seas mi amigo o familiar y que no estás leyendo esto porque te lo he pedido por favor por favor por favor, sino porque valoras mi potencial. Bien.

Estimado amigo o familiar, quiero hablarte del karma. No del karma como doctrina, sino del karma entendido por la cultura popular, el karma de la calle. Cuentan que el karma es la energía que deriva de los actos de las personas.  Es decir, resumiendo mucho y de la forma que más me conviene, si haces algo bueno, se te acabará devolviendo algo bueno.

Espero que lo que acabo de explicar te haya quedado claro. Eso significa que estás preparado para seguir leyendo.

Quiero que, por un momento, te concentres en algo bueno que he hecho por ti. Piénsalo, seguro que se te ocurren un montón de cosas. Vamos, que tiene que haber algo, aunque sea pequeñito. No sé, quizá esa vez que fui la única que se rió de tu chiste malo, o aquella otra en que te dije que tu ex también pensaba en ti. Busca, busca, concéntrate en ello… ¿Ya lo tienes? Sigamos.

Te preguntarás por qué te he pedido esto. O, probablemente, ni siquiera te lo preguntes porque la respuesta está clara y tú eres muy listo: HA LLEGADO EL MOMENTO DE QUE ME LO DEVUELVAS. Que sé que estas cosas no se piden y que no funciona así, pero Hacienda no debió entender lo que le expliqué del karma en mi última declaración y me ha dejado tiritando esta fría y gris mañana de noviembre. Y con un gato al que alimentar.

Ahora que, además de tener lindos pensamientos hacia mí, sientes un poco de lástima, tienes todo a tu favor para devolvérmelo. “¿Me está pidiendo dinero?” estarás pensando. Pues no. Bueno, creo que no. De momento no.

Como sabes soy copy -expresado de manera cool- o redactora -expresado de manera tradicional-, freelance -expresado de manera cool- o autónoma -expresado de manera tradicional-, y tengo una página Web, belengfiteni.com, donde se pueden ver algunos trabajos que me han mantenido ocupada hasta ahora. Pero he hecho más cosas y lo importante es que ¡lo mejor está por llegar! (esto no se ha dicho nunca, ¿verdad?).

Sólo te pido que lo tengas en cuenta para que, cuando escuches frases tipo “podríamos encargárselo a alguien que escriba”, “¿conocéis a un redactor?, ¿quién puede hacer este vídeo?, o “necesitamos un naming”, en tu cabeza resuene mi nombre. Por cierto, me llamo Belén. Lo digo por si eres un desconocido que ha llegado hasta aquí por casualidad.

Gracias por leerme. Se aceptan ánimos, donativos y felicitaciones. Críticas no, al menos por el momento, que es mi primer día y me sudan las manos.